Asumiendo que el discurso es una forma de acción social (Fairclough, 1999; Van Dijk, 2000), analizamos cómo los jóvenes y los integrantes de sus redes personales, que habitan una zona segregada de una ciudad media mexicana, construyen su comunidad a través del lenguaje. En esta construcción se enfrentan por un lado sus sentidos propios, generados a partir de las experiencias personales y por otro, las categorizaciones ajenas, imputadas por actores e instancias que no pertenecen a esta zona urbana. Estos últimos participan en su configuración como un territorio segregado, estigmatizado y discriminado, al emitir juicios generalmente negativos sobre sus pobladores. En sus construcciones discursivas, los jóvenes y sus familiares reconocen las problemáticas sociales y económicas de su territorio, pero también le atribuyen valores positivos. De esta manera, lo dotan de una identidad particular y evidencian su voluntad de reinventar su comunidad urbana, actualmente caracterizada por la pobreza, desigualdad social y una alta incidencia de violación de derechos humanos.